El presidente de la Comunidad de Cantabria, Miguel Angel Revilla, vincula el presentarse o no a las próximas elecciones autonómicas a lo que le digan sus médicos en un chequeo que piensa realizarse en breve en el hospital Marqués de Valdecilla.
Está muy bien el razonamiento. Parece que el señor Revilla, para volver a ser presidente de Cantabria, tiene claras dos cosas:
1º- Necesita evaluar su estado físico.
2º- Dicha evaluación deben de realizarla médicos.
No puedo menos que alabar y agradecer la disponibilidad del señor Revilla a ser nuestro presidente sólo si sus condiciones físicas están a la altura. Y es encomiable que delegue la evaluación de dichas condiciones en manos de expertos ajenos a él: los médicos.
Todos los políticos deberían de tomar nota. La vocación de servicio no basta si falla el organismo. Un sencillo chequeo hubiera evitado a muchos políticos de nuestro país, algunos con responsabilidades de gobierno, sustos y percances incompatibles con su voluntad de servicio.
Pero yo creo que deberíamos de hacer más extensa y rigurosa la prueba de evaluación. Cualquiera que haya firmado un contrato de trabajo ha tenido que superar unas pruebas médicas. Pero nunca sin haber aportado antes, además, un curriculum, una aptitud, y una experiencia.
En el caso de nuestros políticos no parece descabellado exigirles algo más que la garantía de que no van a morirse en los próximos seis meses víctimas de una enfermedad infecciosa o de un cáncer hepático en ciernes.
Ya que ponemos en sus manos nuestro destino, el de nuestras mascotas e incluso el de nuestros hijos, no sólo su estado físico, sino su capacidad y solvencia para gobernarnos deberían también estar certificadas por expertos. Aparte de que, dado que viajan tanto, nos aseguremos de que no circulan por los foros mundiales portando el virus de la gripe aviar.
La primera evaluación, aunque no determinante, debería de ser académica. Un simple examen de conocimientos y vocabulario. Nota mínima un seis. Saber qué es el IPC, en que trabaja el CESID y en qué consiste el apalancamiento. Situar siete países al azar en el mapa, traducir un sencillo texto en inglés y manejar el office 2007 a nivel de usuario. Qué decir de comentar un texto a elegir entre dos escritores españoles vivos, subrayar tres acontecimientos históricos transcendentales en el siglo XX en occidente y saberse la Constitución española de memoria.
Un notario podría certificar lo que el político dice que piensa, lo que dice que opina y lo que dice que promete. En caso de duda solo habría que consultar las actas: qué dijo de los toros, y del aborto, qué prometió de las pensiones, que pensaba de los matrimonios gays, del catalán en las escuelas y de las relaciones diplomáticas con el mundo árabe.
Un psiquiatra y un psicólogo podrían garantizarnos que soportarán la presión. Que poseen la suficiente fortaleza mental para actuar como líderes. Que saben manejar grupos, aunar esfuerzos y motivar a su entorno. Que pueden escuchar, que pueden convencer, que pueden emocionar e ilusionar. Que son capaces de soportar las criticas, de perdonar las ofensas, de transcender el yo e instalarse en una posición ecuánime y lejana. Que son individuos sin odio, sin rencor, sin posiciones pueriles o mundanas. Un equipo multidisciplinar de expertos, podría certificar que se trata de personas de verdad buenas, con intenciones buenas y con sentimientos buenos, libres de alteraciones psíquicas y psicopatías.
También, podríamos pedir un informe a hacienda. Y una carta de recomendación a su maestra de primaria. Y la opinión de su primera novia, de su primer jefe, de su primera secretaria.
Vendría bien un extracto de su cuenta bancaría. Conocer sus deudas, sus haberes y sus compromisos. Saber dónde pasa sus vacaciones, donde trabajan sus amigos y que le gusta hacer en su tiempo libre. Si es deportista, si es glotón, si alguna vez ha engañado a su mujer…
En fin, no solo no habría duda de sus sinceras y estupendas intenciones, sino que conoceríamos la capacidad y solvencia del político para realizarlas.
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