Los políticos españoles se caracterizan por dos singularidades que son la envidia de sus colegas de otras democracias más consolidadas. A saber:
1.- No son esclavos de sus palabras. Lo cual supone manejarse en un ámbito de libertad sin límites.
2.- El resto de los españoles carecemos de memoria. Con lo que la osadía en el abuso de la primera premisa se convierte en inconmensurable.
A estas dos características se une el hecho de que, en España, sea por tradición o por inmadurez, el voto va más unido a la idea de idea asociada a un partido político, con todo su equipaje histórico de clase a cuestas, que al análisis crítico de lo que ese mismo partido ofrece como valor más directo: sus candidatos.
Mientras los partidos políticos, como entidad, puedan soportar la carga de mediocridad que a sus dirigentes les deja en evidencia, todos los demás españoles tendremos que soportar la desfachatez de dichos dirigentes, de sus parientes, de sus clientes y de sus amigos.
Los políticos españoles no “hacen uso” de la política, sino que son siervos de ella. Pero los son en un sentido espurio, lo son por necesidad.
No se puede dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad cuando se ha convertido el cargo en un modo de vida, por encima no solo de la capacidad, sino incluso de la vocación de servicio.
No se puede predicar democracia para todos cuando no se practica en casa, y no hay más que ver cómo funcionan los propios partidos.
Nunca tendremos listas abiertas mientras el pesebre siga abarrotado, con tanto personaje sin oficio, beneficio, ni nada interesante que aportar. Al igual que en un rebaño de ñus, al amparo de la masa pacen los ejemplares más prescindibles del grupo.
Nunca disfrutaremos de una democracia de verdad real en tanto cualquier debate esté distorsionado de antemano, en tanto cualquier argumento válido lo sea sólo en función de su influencia en los sondeos, y en tanto sigamos situando nuestro horizonte apenas a un palmo de nuestras narices.
En este nuevo planeta del siglo XXI, en la era del “efecto mariposa”, cuando el hombre ha abarrotado el cielo de multitud de cámaras fotográficas que nos permiten vernos con la suficiente lejanía como para desenfocar las diferencias, cuando el verdadero problema de la información es su descomunal volumen, nuestros políticos siguen utilizando la misma retórica de barrio que tan buen resultado les da:
Discursos sin contenido, palabras huecas y vacías, pases para la galería, ademanes de telenovela mala, mentiras escandalosas, verdades a medias, localismos de pandereta, razonamientos pueriles, posturas de insólita ingravidez, chulería supina, desfachatez sin límites, arrogancia sin límites, vanidad sin límites, aberzamiento sin límites, y sin remedio, desconocimiento bárbaro, osadía ruin, ignorante, despiadada, sentido comercial de la dignidad…uff…paro que me voy calentando.
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